¿Cuál fue el germen de este proyecto?
«Como psicólogo clínico, tenía ya mucha experiencia atendiendo a adultos jóvenes con patologías que se consideran complicadas, como el trastorno límite de la personalidad. Cuando me ofrecieron poner en marcha el programa de atención a la conducta suicida del menor del
Hospital Sant Joan de Déu Barcelona, en 2013, consideraba que tenía la formación y preparación adecuada para ello, pero tuve que hacer todo un proceso personal y profesional para afrontar la realidad con la que trataba cada día. Ya no me valía solo conocer la teoría, tuve que hacer el ejercicio de empezar de cero, “desnudarme” de todo lo que sabía, porque veía que no era útil. Tenemos que entender que la mayoría de estudios sobre el suicidio se han hecho sobre población adulta. En el caso de los adolescentes, que supone el 2% de la mortalidad total por suicidio, se intentaba adaptar ese conocimiento, pero muchas cosas no encajaban.
Es un camino en el que me desarmé de todo lo que tenía para enfrentar esta batalla y poder comprender la realidad de la conducta suicida adolescente. La primera aproximación que hice fue científica, a través de un proyecto de investigación con el que poder dar respuesta a preguntas como la tipología de adolescente con riesgo o dimensionar los tipos de procesos que manifiestan (en su mayoría hablamos de procesos largos de dificultades de adaptación, familiares, escolares, etc.). En aquél momento había pocos artículos publicados sobre el tema, estábamos muy al inicio.
El hecho de escribir este libro responde a mi compromiso, sobre todo con las familias. Cuando atendemos a los chicos nos los encontramos ya en la etapa en que han hecho un intento, al final del proceso y eso es muy duro de asumir. Me parecía que era injusto que esta experiencia tan dolorosa se quedara en la consulta y no trascendiera, que no pudiéramos convertirlo en algo útil para la sociedad».