www.som360.org/es
Jorgina Campo
Persona con experiencia en TCA

«Ser madre me ayudó a salir del pozo en el que estaba»

Jorgina Campo

Mi historia con los trastornos alimentarios se inició cuando tenía diecisiete años, aunque empezó a gestarse bastantes años antes. Siempre había sido una niña muy alegre y cariñosa, que no hacía enfadar en casa por no molestar, porque en casa ya había bastantes líos. Con los años, este «querer ser quien no soy», sumado al hecho de que era una niña «gordita», empezaron a crear una Jorgina que no me gustaba lo más mínimo, al contrario de lo que pensaba mi entorno.

Desde que tengo uso de razón, soñaba con tener una familia. Y en esos sueños, quería tener una pareja extranjera, quizás inglesa o nórdica, tres hijos y vivir en el extranjero. En esta proyección de mi vida también añadí ser azafata de vuelo, y unos años más tarde empecé a estudiar para serlo. Este nivel de vida que me cargué a la espalda fue uno de los detonantes de mi trastorno alimentario.

Así pues, me encontré con diecisiete años en una escuela de azafatas, donde era una de las chicas más «anchas» de la clase, odiando mi cuerpo. A partir de aquel momento es cuando el «monstruo» se apoderó de mí. No sé ni como ni de dónde saqué la idea, y entonces no tenía conciencia del nombre del trastorno que empecé a desarrollar, pero más adelante supe que era bulimia. El primer año lo llevé en silencio, nadie sabía nada, pero más tarde todo salió a la luz.

El inicio del trastorno alimentario

Al principio, vomitaba todo lo que comía, incluso, si solo tomaba una manzana para comer, también tenía la necesidad de sacarla de mi cuerpo. Como entonces estaba haciendo una dieta (mi madre me acompañaba en las visitas al dietista), la pérdida de peso no extrañó a nadie. De hecho, seguí unas cuántas dietas cuando era adolescente; mi madre pesaba 130 kg antes de hacerse una reducción de estómago, así que en casa el tema del peso y hablar de adelgazarse o engordarse era muy habitual.

Cuando tenía 18 años llegó otra cosa en mi vida: las drogas. Salir de fiesta para evadirme y, además, adelgazarme mucho más deprisa, era un chollo. Estuve así durante un año, hasta que me di cuenta de que, si no me iba de aquel ambiente, acabaría muy mal; y así lo hice. Cuando acabé el segundo y último curso de azafata, cogí las maletas y me fui a Londres. Era la cuarta vez que iba, así que no me venía de nuevo, pero esta vez lo hacía a la aventura y eso todavía me emocionaba más.

Los siguientes catorce años de mi vida fueron un infierno; continuaba con la bulimia, continuaba saliendo, continuaba estando con chicos que eran tóxicos para mí y continuaba destruyéndome poco a poco.

Allí la cosa fue peor. Empecé a hacer atracones y, después de dos meses y medio y de haber aumentado catorce kilos, tuve que volver a casa para pedir ayuda. Fue en aquel momento cuando mis padres y mis hermanos supieron de mi trastorno y también de mis salidas con algo más que el alcohol.

Nunca he sido amante de explicar mis «penas» (es el rol que había cogido en casa), así que pensar que tenía que ir a un psicólogo me sacaba de quicio. Pero estaba tan mal, que necesitaba salir de aquel pozo. Mi madre pidió hora para un psicólogo no especializado en TCA, pero en la primera visita me hizo una broma tan pesada que ya no volví nunca más, no sólo a éste, sino a ningún otro.

Al cabo de poco tiempo, me quedé embarazada de mi primera pareja, una pareja que me maltrató psicológicamente todo lo que quiso y más. No tiré adelante aquel embarazo y, después de un año, lo dejé con él. Los siguientes catorce años de mi vida fueron un infierno; el infierno de ver que ninguno de mis sueños se hacía realidad: continuaba con la bulimia, continuaba saliendo, continuaba estando con chicos que eran tóxicos para mí y continuaba destruyéndome poco a poco. La culpa de no haber sido madre me persiguió durante todos estos años; había echado por la borda uno de mis grandes sueños y no me lo podía perdonar. Aquello me hundía cada día, y ver como las personas de mi entorno se casaban y tenían familia todavía me provocaba más culpa y frustración. Entonces empezó a aparecer la pregunta que pocas veces nos hacemos: ¿Qué he venido a hacer en este mundo? ¿Cuál es mi propósito de vida?

Pedir ayuda, el primer paso para la recuperación

Pedí ayuda al médico de cabecera, que me derivó al Hospital de Bellvitge, donde hice terapia de grupo durante un par de meses. Y se dieron cuenta que no sólo tenía problemas con la comida, sino que tenía una depresión muy fuerte. Después de un año y medio, toqué fondo y fue entonces cuando dejé el trabajo (he tenido muchos trabajos, muchos cambios de piso, muchos cambios de población y muchas parejas fallidas) y me dediqué a mí. Cuando tuve la visita con el médico de cabecera, le expliqué que me sentía muy mal, que me quería morir. Recuerdo que me hizo escribir una carta y, cuando se la llevé al día siguiente y la leí, me derivó al centro de salud mental del Hospital de Sant Antoni, en Vilanova i la Geltrú.

Fue un primer año muy sabático, en el que caminé mucho, vomité mucho, tuve episodios de atracones y estuve hundida como nunca. En aquel tiempo hice un voluntariado en la asociación «Amics de la Gent Gran» y la verdad es que «mi yaya» Emília me ayudó mucho, sin ella ser consciente. Pero mi vida continuó arriba y abajo, siempre en movimiento: me fui a Úbeda a trabajar, y luego a Alemania un mes a visitar a mi mejor amiga… Y ya tenía 37 años.

Cuando nació mi hijo los vómitos cesaron, dejé de hacer aquello que llevaba haciendo durante 21 años, dejé el tabaco y dejé de salir.

Y entonces conocí a quién fue mi última pareja y, al cabo de tres meses de estar juntos, me quedé embarazada. ¡Uau! Mi sueño se hacía realidad, estaba feliz, muy feliz, él me dijo que estaría a mi lado, pero no fue así y nos separamos. Fue un embarazo de muchos nervios y mucha angustia, pero mi familia siempre estuvo a mi lado, y con la familia del padre de mi hijo también tenía y tengo muy buena relación.

Por fin llegó el día en el que Biel quiso salir, o más bien le obligaron un poco… El 18 de agosto de 2016, cuando casi tenía 39 años, fue el día más feliz, emocionante y «acojonante» de mi vida. Ahora ya no se trataba de mí, sino de él, de Biel. Él necesitaría todo mi apoyo, amor y dedicación, así que, por arte de magia, los vómitos cesaron, ya no se me pasaba por la cabeza hacer aquello que llevaba haciendo más de 21 años, dejé el tabaco y dejé de salir por las noches (tampoco salía mucho ya).

La maternidad, un punto de inflexión con miedos y dudas

Biel me dio mucha fuerza. Ahora tiene 7 años, y en estos siete años me han salido los miedos, las inseguridades, la frustración, la vergüenza…, y, seguramente, algunas de estas emociones y sintomatologías se las he pasado a él, porque los niños se reflejan en aquello que ven. Y, aunque yo he trabajado muchos de estos aspectos en mí, veo que a él le cuesta encajar la frustración, que lo quiere hacer todo perfecto, que lo quiere tener todo controlado, que no quiere fallar a sus amigos, que calla por no hacer enfadar, que hace lo posible para ser aceptado en su grupo… Y me da miedo que pase por lo que yo he pasado. Pero haré todo lo que esté en mis manos para que no sea así. Es por eso que yo ahora me dedico, como terapeuta, a ayudar a personas con TCA. Es por eso que no dejo de formarme, que he hecho muchas terapias y que continuaré haciéndolas, hasta que me haga falta. Y es por eso que mi hijo tiene el apoyo de una psicopedagoga desde hace unos meses.

A veces tengo miedo de que mi hijo pase por lo que yo he pasado y veo en él algunas de mis inseguridad y frustraciones. Pero estoy haciendo todo lo que puedo para que no sea así.

Tengo dislexia y trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), y crecí creyendo que era tonta, que no servía para nada, que era incapaz de mantener nada de manera estable y que mi vida no valía nada. Pero desde que lo supe, no hace muchos años, me he dado cuenta de lo valiente que he sido toda la vida, y he conseguido quererme y aceptarme tal como soy. Ahora es cuando respeto mi cuerpo y mi vida.

Mi hijo me salvó del pozo en el que estaba. Para mí, él es y será mi superhéroe y yo lo haré todo lo bien que pueda para ser su madre superheroína, con mis defectos y virtudes, con mis cosas buenas y malas, con mis errores y aprendizajes, pero, sobre todo, con mi amor y mi presencia, porque, al final, lo que los seres humanos necesitamos es amor y presencia, y esto es algo que todo el mundo está capacitado para dar. Y si alguien no sabe, puede aprender.

Aquel 18 de agosto de 2016, no solo nació Biel, también volví a nacer yo.

 

Este testimonio es posible gracias a la Associació contra l'Anorèxia i la Bulímia (ACAB).

Este contenido no sustituye la labor de los equipos profesionales de la salud. Si piensas que necesitas ayuda, consulta con tu profesional de referencia.
Publicación: 23 de Noviembre de 2023
Última modificación: 5 de Enero de 2024

Destacamos

Consumo de sustancias
Trastornos por déficit de atención con hiperactividad (TDAH)
Tdah adulto
Trastornos por déficit de atención con hiperactividad (TDAH)
trastorno negativista desafiante
Trastorno negativista desafiante
Annie Rodriguez
Trastornos por déficit de atención con hiperactividad (TDAH)
embarazo alcohol
Trastornos del espectro del alcoholismo fetal (TEAF)
TDAH
Trastornos por déficit de atención con hiperactividad (TDAH)